Otro mes que tardo mucho en escribir.
Un evidente aviso de que hago “cosas” por encima de mis pobres posibilidades.
Esto seguramente no signifique que haga muchas cosas,
quizá sea un problema de capacidad más que de cantidad. Eso ya que lo juzguen otros.
Debería buscarme un patrocinador que me incentive a escribir y que tenga la misma credibilidad que yo cuando digo que voy a hacerlo. Quizá un Silicon Valley Bank, un FTX,
o un CIS de Tezanos.
En fin,
espero que hayan sido un gran abril,
(en especial para los sevillanos).
Vamos al lío.
La semana pasada Raúl me invitó a participar como mentor y jurado en un par de eventos en la Universidad Loyola sobre desarrollo de ideas de negocio.
Un estudiante empezó su presentación con esta imagen:
Iñigo habló en su presentación sobre un concepto que es tan maravilloso como común en nuestro día a día, la teoría del empujón, y de por qué vale un Nobel de economía.
En el libro "Nudge: Improving Decisions About Health, Wealth, and Happiness", los autores exploran cómo las personas pueden ser "empujadas" hacia elecciones que mejoren su bienestar sin necesidad de imponer obligaciones, prohibiciones o penalizaciones.
Lo engloban dentro de un campo bastante molón, el de economía conductual, que se encarga de investigar las tendencias cognitivas, sociales y emocionales que marcan las decisiones económicas que tomamos.
Este campo también se aplica a las consecuencias que las decisiones tienen para los precios de mercado, los beneficios de las empresas y a la asignación de recursos en la operativa.
La teoría del empujón
La teoría del empujón se basa en algo tan simple como que si tenemos que elegir entre dos opciones, probablemente escogeremos la que es más fácil sobre la que es más conveniente.
Que a nuestro cerebro le gusta la comida recalentada y las decisiones fáciles no es algo que se nos escape. Tanto para mí como para algunas de las empresas con las que trabajo, tomar malas decisiones en base a premisas fáciles de ejecutar es una afición con destellos de profesionalización, dado el número de horas que le echamos.
Pensar a corto plazo, experiencias pasadas o una dificultad para asimilar el contexto y los datos nos suele sesgar en la toma de decisiones, a nivel personal y profesional.
Además, influir en la toma de decisiones de una persona de manera directa puede provocar el efecto contrario al que deseamos (aunque tengamos los datos suficientes para explicarle que esto no va a acabar bien).
¿Cómo lo solucionamos, sin que parezca que estamos intentando solucionarlo?
Pues ahí es donde entra la teoría del Empujón:
Se basa en la comprensión de que nuestros cerebros son influenciables, y nuestras decisiones a menudo se ven afectadas por factores contextuales y nuestro maravilloso subconsciente perverso.
Así que, si conseguimos hacer ajustes sutiles en el diseño de los entornos y en la presentación de las opciones, podemos influir en las decisiones que las personas toman, y fomentar comportamientos deseables sin forzarlos.
Una mosca dibujada en un urinario, las papeleras que se instalaron en Madrid, colocar los productos que generan mayor rentabilidad (o saludables) a la altura de los ojos en el súper, un simple descuento o sensación de escasez…. son ejemplos de lo fácil que puede resultar influir en decisiones (personales, de consumo,…) con pequeños cambios y sin la sensación de una imposición o una prohibición.
Aunque lo veamos de forma muy directa en el marketing, también tiene un papel importante en la gestión política y social: En Reino Unido existe la “Nudge Unit”, enfocados a generar empujoncitos sociales.
Todos hemos sido empujados, nadie se escapa. Desde una prueba gratuita donde se solicitan introducir los datos de tu tarjeta, una suscripción a una newsletter para descargar un documento que nos interesa, la aceptación de cookies para acceder a una web, o una flecha direccional que nos empuja a hacer clic en un área específica de la pantalla son ejemplos de arquitecturas de Nudge.
Honestamente, no estoy seguro de adscribirme de manera ciega a la aplicación del Nudge, con la idea de que me empujen a tomar decisiones. En particular si el sistema que lo gestiona acaba teniendo incentivos perversos sobre el resultado de nuestras decisiones.
Sobre todo si acabamos no teniendo posibilidades de intervenir sobre ellas.
Sobre todo si nos acaban pegando la patada en el culo😅
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